Camila; siempre me pregunte el porque me llamaron así, a todos parecía gustarles menos a mi, irónicamente esta tarde me gustaba menos que antes, ¿nunca lo haz pensado? ¿como un nombre puede marcar nuestras vidas?, nuestros sueños, nuestras relaciones. Y en ese nombre se reducía todo; mi ser, mi esencia, mi existir; pero desde hoy a pesar de que nadie lo sabe, desde hoy no podré mirarme al espejo nunca mas.
No recuerdo como se llamaba, ni siquiera el sonido de su voz, no se quien fue, solo se que no podía seguir, no podía vivir con el, y fue mejor así, acabar con el dolor, acabar con la pena, he intentar ser feliz de una extraña manera.
Sin embargo, hoy..., aquí..., llorando sola, trato de culpar a todos, al mundo, a ti, a la vida, pero tendría que culparme a mi, fui yo; si fui yo quien decidió; quien actuó; quien dijo si..... quien dijo no...., y esta noche mientras camino, siento mi alma gélida, vacía de vida y llena de culpa como si algo faltara, como si la sangre y el dolor se hubieran llevado la pena de lo mas profundo de mi ser, pero a la vez me hubiera arrebatado parte de lo que algún día fui.
Ayer creo que fue cuando note eso, cuando mire el espejo de mi cuarto y de alguna manera supe que ya no era yo, que algo en mi se había perdido, ya no tenia miedo, el miedo aquel que me asalto todas las noches los últimos meses; ya no tenia dolor ni ansiedad, pero cuando pude ver mi reflejo en aquel espejo lo supe al fin, ya no tenia nada en mi.
Ahora juego sola en este umbral, miro la ciudad a lo lejos y la luna en lo alto del cielo, decido saltar y el viento recorre mis cabellos, la caída de un segundo que dura toda la eternidad, la luna esta ahí en el cielo, pero ya no es pálida, es roja ahora, y a la vez siento que algo recorre mi frente, algo tibio, y la luna esta roja ante mis ojos, roja como mis sueños rotos, como los llantos que nunca escuche, como las promesas que tiramos al viento, y como cada una de tus lagrimas cuando leas esta historia el día de hoy.
lunes, 24 de noviembre de 2008
jueves, 20 de noviembre de 2008
El Sol Poniente
El Sol Poniente
Era ya de tarde cuando regresaba a casa, el sol solía ponerse en el horizonte a las seis todos los días, pero hoy, por alguna razón en especial parecía que su ritmo se detenía y cambiaba lentamente de una manera nostálgica.
Estaba yo por cruzar la calle cuando de repente el sordo sonido de unos neumáticos sobre la acera me hicieron reaccionar, “¡MUEVETE MUCHACHO! ¡ACASO QUIERES MORIR!”.
No me había percatado de aquel auto, ni mucho menos de que estaba ya en la avenida, me tenia absorto la idea del sol poniente, ese sol que no podía terminar de ocultarse, ese sol que parecía caminar a mi paso como llevándome a algún lugar, un lugar que pronto descubriría no era muy ajeno a mi.
Caminaba por esa calle y sentía el atardecer a mi espalda, mire mi reloj, eran las siete de la noche, el sol aun estaba ahí como aferrado a la vida sin querer ocultarse; en ese momento algo en esa calle no fue igual, tantas veces la había recorrido, sin embargo algo extraño pasaba, era la misma calle de cuando yo era pequeño, frote mis ojos desesperadamente creyendo que era una mera ilusión, pero ahí seguía, la misma calle de mi infancia, las mismas casas; de repente, pude escuchar voces de niños, niños jugando cerca de allí.
“EL PARQUE!!!” exclame, y trataba de recordar donde estaba, corrí y corrí pasando por la vieja bodega, el cafetín de la otra cuadra, al fin, lo pude encontrar, aquel parque, y los vi, mis amigos, todos jugaban ahí, todos corriendo y saltando, en el tobogán, en los columpios, en el castillo, observe con detenimiento cada detalle, escuche cada risa y no pude evitar que las lagrimas corrieran por mi rostro, por un instante todo se detuvo, hasta que en ese momento alguien tomo mi mano, “hermanito vamos a jugar”.
No era posible, era mi hermana, tal como la recordaba, “pero que haces aquí, que esta pasando, por que...”, ella me miro y sonrió “eso no importa ya, no estés triste, no me gusta que estés triste hermanito” soltó mi mano y me abrazo “no fue tu culpa...” cerré los ojos y llore, llore como nunca había llorado.
Ya han pasado veinticinco años desde entonces, mi hermana murió cuando yo aun era pequeño, no pude ayudarla, mis padres fallecieron hace ya algunos años, y por alguna razón siempre pensé que nunca me habían perdonado el no salvarla, sin embargo ella estaba aquí, ahora, y yo aun no podía entenderlo, “Hermanito, es hora de irnos” ella me replico, “irnos a donde” conteste casi automáticamente, y abrí mis ojos.
En ese momento pude ver la avenida, el accidente, la gente, las luces y los paramédicos, era yo en la acera, era mi cuerpo sin vida, entonces lo entendí, por eso el sol nunca se ocultaba, era la ultima imagen que había quedado grabada en mi retina, estaba muerto, arrollado por un automóvil, y no me había dado cuenta de ello; será que siempre sucede así? Uno no se percata del momento en que muere?. Mire a mi hermana y ella solo me sonrió “no tengas miedo” me dijo, “papá y mamá esperan, ellos saben que no fue tu culpa”.
El alma de mi hermana me había esperado veinticinco años y no me había olvidado, tome su pequeña mano y camine junto con ella hacia la nada esperando no perderme en la calida luz del sol poniente.
Fin
martes, 18 de noviembre de 2008
El Viejo Leonidas
El viejo Leonidas era un hombre cansado, con cabellos blancos que recordaban la nieve de abril, caminaba cada tarde por el malecón guiado hasta el ocaso, sin un rumbo, sin un lugar, como una sombra en este mundo, sin un paradero al final de la calle, y con esa extraña sonrisa que nunca llegue a comprender.
Mi padre me hablaba de él con gran admiración, y la verdad yo no entendía por que, solo veía un viejo callado y triste, solo un anciano a final de cuentas; la gente del puerto hablaba de el entre murmullos, decían que fue un gran hombre, un hombre de mar, un héroe que escapo de una muerte segura al tratar de rescatar a otros marineros, pero, ya casi nadie recuerda esa historia, y parece ser que junto con el, la historia desaparece con el tiempo; hoy en día solo vive de la caridad de quienes lo conocieron, y de quienes escucharon en algún momento su historia, así es el viejo Leonidas.
Esa tarde mi hermana se le acerco, le obsequio dos panes y el viejo sonrió; algo pude ver en su rostro, un brillo, no sabría como explicarlo, su tranquilidad, su nobleza, fue diferente, tanto así que me quede pensando en el cambio de su mirada, en lo profundo de su rostro y la fuerza que ocultaban sus canas, pensé en ello toda la tarde y decidí que al día siguiente visitaría de nuevo al viejo Leonidas.
Me levante temprano esa mañana y tome lo primero que encontré en la cocina, cuando llegue al puerto el viejo caminaba junto a la orilla del mar y observaba el horizonte como perdido en un sueño, me acerque a el gritando ¡Leonidas! ¡Leonidas! El viejo volteo y me sonrió, se sentó en la arena y acepto lo que le ofrecí. Mañana me iré.... - me dijo; “Irte a donde!” Le pregunte; a lo que el respondió: “mañana me voy, porque ellos vienen por mí”, Leonidas solo sonrió, me acaricio el cabello, y se fue caminando, yo no podía comprender a que se refería, Leonidas no parecía loco, pero, ¿acaso lo estaba?
Ya de regreso a casa decidí saber que pasaba, así que no dormí esa noche, si era necesario estaría en el puerto hasta el alba, no me importaba el castigo, tenia que saber de quienes hablaba Leonidas, quienes eran ellos; esa noche espere a que todos en casa durmieran y fui al puerto, espere y espere pero me quede dormido, de repente entre la niebla algo sonó, un sonido lejano pero con la fuerza suficiente para hacerme saltar de la arena, una sirena!!!!, una antigua sirena de mar; pero, mis ojos me engañaban, un barco atracaba en el muelle, era una fragata, como las de la guerra, una fragata como la de mis libros, seguramente estaba soñando, me peñiscaba y no podía despertar, todo era real, era de verdad, pude ver al viejo Leonidas camino a la fragata, ya no tenia sus harapos encima, Leonidas tenia puesto un uniforme militar, el viejo sonreía y lloraba, al fin!!! Gritaba, ¡Al fin llegaron por mí! ¡Al Fin! parecía haber recobrado sus años de juventud y camina a paso firme hacia el barco, subió por la escalinata y volteo, el siempre supo que yo estaba ahí, me sonrió y algo saco de su bolsillo y me lo lanzo.
En un segundo la niebla se volvió tan espesa que no pude verlo más, y todo desapareció, en mis manos tenia un reloj, el reloj del viejo Leonidas, el reloj que de alguna manera creo yo, marcaría las horas, hasta que aquella fragata algún día viniera por mí.
Fin
Mi padre me hablaba de él con gran admiración, y la verdad yo no entendía por que, solo veía un viejo callado y triste, solo un anciano a final de cuentas; la gente del puerto hablaba de el entre murmullos, decían que fue un gran hombre, un hombre de mar, un héroe que escapo de una muerte segura al tratar de rescatar a otros marineros, pero, ya casi nadie recuerda esa historia, y parece ser que junto con el, la historia desaparece con el tiempo; hoy en día solo vive de la caridad de quienes lo conocieron, y de quienes escucharon en algún momento su historia, así es el viejo Leonidas.
Esa tarde mi hermana se le acerco, le obsequio dos panes y el viejo sonrió; algo pude ver en su rostro, un brillo, no sabría como explicarlo, su tranquilidad, su nobleza, fue diferente, tanto así que me quede pensando en el cambio de su mirada, en lo profundo de su rostro y la fuerza que ocultaban sus canas, pensé en ello toda la tarde y decidí que al día siguiente visitaría de nuevo al viejo Leonidas.
Me levante temprano esa mañana y tome lo primero que encontré en la cocina, cuando llegue al puerto el viejo caminaba junto a la orilla del mar y observaba el horizonte como perdido en un sueño, me acerque a el gritando ¡Leonidas! ¡Leonidas! El viejo volteo y me sonrió, se sentó en la arena y acepto lo que le ofrecí. Mañana me iré.... - me dijo; “Irte a donde!” Le pregunte; a lo que el respondió: “mañana me voy, porque ellos vienen por mí”, Leonidas solo sonrió, me acaricio el cabello, y se fue caminando, yo no podía comprender a que se refería, Leonidas no parecía loco, pero, ¿acaso lo estaba?
Ya de regreso a casa decidí saber que pasaba, así que no dormí esa noche, si era necesario estaría en el puerto hasta el alba, no me importaba el castigo, tenia que saber de quienes hablaba Leonidas, quienes eran ellos; esa noche espere a que todos en casa durmieran y fui al puerto, espere y espere pero me quede dormido, de repente entre la niebla algo sonó, un sonido lejano pero con la fuerza suficiente para hacerme saltar de la arena, una sirena!!!!, una antigua sirena de mar; pero, mis ojos me engañaban, un barco atracaba en el muelle, era una fragata, como las de la guerra, una fragata como la de mis libros, seguramente estaba soñando, me peñiscaba y no podía despertar, todo era real, era de verdad, pude ver al viejo Leonidas camino a la fragata, ya no tenia sus harapos encima, Leonidas tenia puesto un uniforme militar, el viejo sonreía y lloraba, al fin!!! Gritaba, ¡Al fin llegaron por mí! ¡Al Fin! parecía haber recobrado sus años de juventud y camina a paso firme hacia el barco, subió por la escalinata y volteo, el siempre supo que yo estaba ahí, me sonrió y algo saco de su bolsillo y me lo lanzo.
En un segundo la niebla se volvió tan espesa que no pude verlo más, y todo desapareció, en mis manos tenia un reloj, el reloj del viejo Leonidas, el reloj que de alguna manera creo yo, marcaría las horas, hasta que aquella fragata algún día viniera por mí.
Fin
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